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Julio de 2019 y nada hacía prever que aquella llamada me iba a llevar desde el sur de España a la otra punta de Europa, a Kiev, y mucho menos que iba a terminar compartiendo la experiencia en aquella página web que mi hermano me mostró para explicarme la razón de aquel viaje. La esposa de un amigo suyo de la infancia acababa de tener su segunda hija. Esta pareja que se había conocido a través de esa web y le habían estado animando a probar después de un divorcio muy difícil del que a veces, como hermana, pensé que nunca se iba a recuperar. Después de un rato frente al ordenador bicheando y viendo fotos y sin mucho más preámbulo, me espetó, “vente conmigo, nos lo pasaremos bien” y casi sin darme cuenta un 2 de agosto por la tarde estábamos aterrizando en el aeropuerto de Kiev. Empezaba la aventura.

En Borispil un chófer nos esperaba y nos trasladaba a un piso en el centro de la ciudad. Ahora reconozco que mis miedos iniciales se fueron desvaneciendo rápidamente al ver que todo estaba perfectamente organizado por mi hermano (¿?). Evidentemente no y la respuesta nos visitó muy pronto, era Luda, la directora de esta agencia. Nos explicó la dinámica de las citas, nos contó cosas sobre las mujeres que mi hermano había elegido y nos mostró fotos de otras ¿Quién nos iba a decir que entre éstas estaría mi cuñada? Volveremos a eso más tarde. El día de nuestra llegada no dio para más.

Primer día de citas y nervios. El plan era hacer turismo mientras mi hermano, siempre acompañado por Luda, se encontraba con chicas en una cafetería frente al Museo de Historia Natural. Yo los había dejado allí, continué hasta el Gran Teatro de Kiev y me hice el inevitable selfie con la estatua de Taras Sevchenko. Paseé sin rumbo por las calles del centro durante varias horas a través de la cautivadora belleza de una arquitectura salpicada de reminiscencias soviéticas. Ensimismada, por alguna razón comencé a albergar la sospecha de que esta “Praga del este” nos tenía reservado algún regalo. Llamémosle intuición femenina o que necesitaba creer que era razonable que mi hermano en compañía de una extraña estuviera haciendo el casting de su futuro. Entre estos pensamientos llegué al barrio de Podol, a un restaurante de nombre impronunciable. Para mi sorpresa encontré a mi hermano relajado charlando entre risas con Luda y, sin esperar a que me sentara, me adelantó que aún no había conocido a la mujer de su vida, pero que había pasado unas horas estupendas. Aquella tarde me fui al apartamento para descansar hasta que Luda me devolvió a mi hermano por un rato, ya que en una hora habían quedado para cenar y planificar el siguiente día.

¿Quién nos iba a decir que esto le estaba cambiando la vida?

Entre risas y alguna pausa por mi parte para buscar la forma de decir alguna cosa en inglés,  Luda contaba anécdotas mientras mi hermano tomaba nota de las chicas que quería conocer, cuando de repente pronunció una de las pocas palabras que había aprendido en ruso, “vsió” (bcë!), aclarado con un “niña, ya está”. Recitó los nombres de las afortunadas, terminando por una tal Svetlana y un sonoro, “pero tú te vienes mañana”. Luda volvió al modo profesional, empezó a llamar para quedar y en unos minutos volvió a la mesa. Todo estaba arreglado. Empezarían con la última que había seleccionado, una enfermera que podía quedar para tomar un té sobre las 11, ya que trabajaba en una clínica del centro.

Aquella noche casi no dormimos cotilleando sobre las citas y las expectativas. Llegamos a la cafetería un rato antes para desayunar y nos encontramos que Luda ya estaba sentada tomando notas con una taza de té. Un poco de charla intrascendente y apareció la primera chica, Svetlana ¿Qué decir? Esta parte se la dejo a mi hermano. Con gesto respetuoso se dirigió a Luda por su nombre y patronímico y empezaron las presentaciones. No pasó demasiado tiempo hasta que mi hermano, aprovechando que mi mal inglés había captado la atención de la que para entonces ya era Sveta, le escribió a Luda en una servilleta “cancel the rest of the dates”. Ésta fue al servicio y cuando volvió deslizó un “done!” ¿Qué estaba pasando? La cita se estaba alargando más allá de la hora que estaba programada.

Unos minutos antes de las 13:00, Sveta, dirigiéndose a mi hermano, comentó que tenía dejarnos e ir a trabajar, pues le tomaría unos 5 minutos llegar.

A continuación mi hermano le preguntó si podía acompañarla, ella le contestó un no tan simple “Da” y algo más que no entendimos. Luda me dijo con la mirada que debía quedarme. Idioma internacional, supongo.

Después de esperarlo más de una hora, yo empezaba a preocuparme, cuando mi hermano entró. Sonriéndole nerviosa le pregunté dónde había estado, qué había pasado. Entonces, él me devolvió una sonrisa misteriosa, diciendo  “creo que Sveta ha llegado tarde a trabajar”.

(Continúa)

 


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